La
primera mitad de este 2018 me agarró viviendo en Alemania en la casa central de
nuestra comunidad en un tiempo de oración y de estudio. De esta manera empezó
mi séptimo año camino al sacerdocio, el cual ya me había hecho vivir en Chile,
en Argentina y en Paraguay. De todos estos lugares el paso por Chile
seguramente sea el más importante; o por lo menos el más largo. En Alemania,
metido en un helado invierno, mientras experimentaba por primera vez qué es nevar,
recibí los ecos de la visita del Papa Francisco a Chile. Por lo conocido, eso
fue sólo el comienzo de un año bisagra para la Iglesia. Lo singular fue que el
mismo Papa fue el gran promotor de una purificación de la Iglesia acogiendo a víctimas
y confrontando a los responsables.
Muchas
de las consecuencias fueron mediáticamente muy conocidas: se multiplicaron
denuncias de abusos, se descubrieron redes de esas prácticas, junto a los
abusos se evidenciaron necesarias prácticas encubridoras, todos los obispos
presentaron la renuncia en un hecho inédito para la Iglesia mundial y se
multiplicaron pedidos de disculpas con dispar credibilidad. Seguramente menos
mediáticamente, también hubo otro tipo de consecuencias: sospechas, desánimo pastoral,
pérdida de la iniciativa apostólica, revisión de estructuras y prácticas
pedagógicas, pases de factura, acusaciones, desencanto, tristeza y una enorme
incertidumbre.
Todo
esto lo viví a la distancia, hasta que en agosto me tocó regresar a Chile con
la pregunta: ¿cómo será seguir camino al sacerdocio en estas circunstancias?
Está claro que la realidad de la Iglesia en el mundo no está siendo la mejor,
pero algo muy distinto es estar estudiando y viviendo en el foco de la
tormenta. En esto cada vez soy más consciente que en este país hay un sustrato
histórico–cultural que se convirtió en un caldo de cultivo especial para ese
tipo de prácticas. Además, particularmente el lugar que ocupa mi comunidad en
un país y en otro es diferente. Todavía recuerdo la vergüenza que me dio cuando
al entrar al noviciado un hermano chileno hacía alarde de la cantidad de
hermanos de comunidad obispos que ellos tenían. Ese hermano abandonó el camino
al sacerdocio y hoy es un buen padre de familia. La suerte de algunos de esos
hermanos obispos, es conocida.
Terminando
este año bisagra, me animo a compartir una síntesis personal de lo que me está
significando caminar al sacerdocio en medio de estas circunstancias. A modo de
recuerdo una de las primeras expresiones de este nuevo tiempo es una pintura
hecha sobre uno de los muros exteriores del seminario: “pedofilia” denuncia
desde hace meses. Y lamentablemente conocemos casos que les dan la razón.
1. Caminar al sacerdocio después de
los abusos, es caminar conscientemente tras las huellas del Jesús que camina en
medio nuestro. Se ha transformado en un slogan: “poner
a Cristo en el centro”. Significa, para mí, pasar de la lógica del control a la
contemplación. Es descentrarse para reconocer que ni la vida ni la vocación vienen
de mí sino que es dada por Cristo. Por eso, es recibir la vida como viene. Este
ejercicio de contemplación quiebra la tentación de querer controlar, como si la
existencia de Dios dependiera de lo que yo hiciera.
2. Caminar al sacerdocio después de
los abusos, es estar más conectado con el mundo.
Unido a lo anterior, hay otro cambio fundamental: reconocer que el mundo es
mejor de lo que se le pinta. Lamento que esté tan arraigado en nosotros la
sospecha ante la novedad, ante lo que no encaja en nuestros esquemas de lo que
siempre se hizo así. Nos hace sentir atacados por enemigos invisibles y nos cree
situados siempre del lado correcto. Sospechamos de quienes denuncian abusos. Sospechamos
de quienes son abusados -¡sí, todavía escucho discursos responsabilizando a los
abusados por ser abusados!-. Sospechamos de las intenciones de los laicos. Sospechamos
de las intenciones de las mujeres y del feminismo. Sospechamos de los medios de
comunicación. Sospechamos de nuestros superiores. En esto nuevamente veo una
marcada huella cultural: parece ser que los chilenos son desconfiados por
naturaleza. Sin embargo, una y otra vez experimento que la realidad es mejor de
lo que pensaba. Así la invitación que Jesús le hace a Zaqueo -¡cuándo no Zaqueo
en este año!- de bajar pronto (Lc.19,1) me la hace también a mí para que baje
pronto del atalaya moral en el que muchas veces hemos situado el sacerdocio y
vivamos en humilde comunión con el mundo.
3. Caminar al sacerdocio después de
los abusos es mucho mejor con las mujeres. Prueba de lo
anterior lo pongo de manifiesto en la reconfortante experiencia de estar siendo
acompañado espiritualmente por una mujer. Ella ya pasó los cincuenta años, es
religiosa de la comunidad Siervas del Espíritu Santo. Su aporte no reside
únicamente en ser mujer porque tiene una fenomenal preparación para su tarea.
Sin embargo, el hecho de ser mujer aporta una visión y un modo que para mí es
novedoso. En mi caso se dio más por casualidad que por hacerme el progre, pero
experimento cuánto tienen para aportarnos a nuestro camino al sacerdocio las
mujeres.
4. Caminar al sacerdocio después de
los abusos es revisarse para hacerse responsable.
Este contexto obligatoriamente me ha confrontado a una pregunta incómoda, pero
necesaria: ¿cuán cerca estuve yo de prácticas o realidades abusivas? ¿reconozco
dinámicas de este tipo en mi formación, en la comunidad, en mi ámbito pastoral?
Es cierto que el abuso puede ser una peligrosa hermenéutica para nuestro tiempo.
Sin embargo, personalmente vi necesario pasar por ese examen de conciencia para
permitirme una mirada crítica, adulta y responsable con el clamor de este
tiempo. Pienso sobre todo que la renovación es más probable que se hagan desde
mi inquieta y desprejuiciada juventud que desde escritorios lejanos o peinando
canas; y no porque yo sea mejor sino porque Bilardo no puede jugar con tres
delanteros.
5. Caminar al sacerdocio después de
los abusos es hacerlo sinodalmente, conscientes de la propia debilidad y de que
el todo es más que la suma de sus partes. Reconozco que
muchos modelos tantas veces pontificados hoy se caen a pedazos. En algunos
casos es cierto que engendraban conductas pocos sanas y en otros casos su
bondad es puesta a prueba. Es raro ver en sacerdotes jóvenes el temor a que
algunas de sus prácticas puedan ser consideradas abusivas. Lo menos peligroso
parece ser hacer nada, hacer burocráticamente o refugiarse detrás de algún
estudio. Yo espero que este miedo a equivocarse sea algo solamente transitorio
porque también me doy cuenta de que el nuevo modelo no puede alcanzarse desde un
proceso prolijo, unos principios metafísicos sobre-reflexionados y luego
aplicarlo. En estas circunstancias hacer o proponer se vuelve muy complicado.
Tales actitudes sería desconocer la realidad creatural, finita, limitada del
propio hombre. Me parece que el camino se hace juntos, dialogando juntos,
construyendo juntos, soñando juntos reconociéndonos pueblo.
6. Caminar al sacerdocio después de
los abusos es caminar mirando hacia el futuro. A modo de síntesis tengo la impresión de que después
de estos acontecimientos ya nada podrá ser igual. Aunque suene pretencioso, el
tiempo actual parece reclamar un nuevo San Francisco de Asís capaz de
reconstruir la Iglesia. Más modestamente ante el vértigo del inexorable cambio
veo la posibilidad de ser parteros de un nuevo sacerdocio. La plenificación y
este nuevo sacerdocio no llega por un retorno hacia un origen primordial sino
hacia un futuro por descubrir y construir, tal vez siguiendo las pistas de los
puntos anteriores.
Parafraseando al Padre
Kentenich, me permito afirmar que según el Plan de la Divina Providencia debe
ser la actual crisis, con sus poderosos impulsos, un medio extraordinariamente
provechoso para nosotros en la obra de nuestra santificación. Es esta
santificación la que el tiempo exige de nosotros. Ella es la coraza para
ponerse, la espada con que luchar para la consecución de nuestros deseos.
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