No se trata de un acto voluntarista o una aplicación de categorías
teológicas. Me pasa sencillamente por el hecho de ser. Sin embargo, con todo lo
que ha pasado ¿es posible tener esperanza hoy? “La esperanza entra en conflicto con la realidad. Es por ello que se le
puede acusar de ilusión en nombre de la objetividad empírica. Pero sucede que
la esperanza ve la realidad y también ve sus posibilidades”. Con los
límites para la divagación que el papel exige -cosa que claramente no le ocurre
en las clases-, el Parra bueno me dio esa buena luz. La pretensión de ver y
controlar la realidad nos privan de ver la esperanza. Dicho en sencillo: amigo
si vos crees que ya tenés la posta no te queda esperar nada.
Exagerando, en algunos ambientes parece haberse instalado que hay dos tipos de sacerdotes: los abusadores y los encubridores. Se instala esta idea cuando se multiplican efectivos casos de abusos y de encubrimiento. Se apoya en datos duros que duelen, desaniman, frustran y cuestionan la fe. A todo seminarista en este tiempo se le ha figurado la triste pregunta: “¿vale la pena seguir?”. Se me ocurre que a algunos jóvenes que en algún momento se han planteado la vocación sacerdotal también se han preguntado: ¿es posible ser feliz como sacerdote?
Para evitar toda posible
abstracción de la realidad, debo admitir que me duele -y mucho- ver ciertas
cosas que pasan en la realidad. Sin eufemismos, me repele la situación de la
Iglesia en Chile. Me duele la incertidumbre política y económica de mi país.
Lamento los esfuerzo para acallar la voz de la Iglesia -de Francisco para
abajo- y su señalamiento como causante de distintas expresiones de
autoritarismo y pensamiento único. La enfermedad me hace llorar. Al final, la
esperanza no nace de los libros sino de estas situaciones existenciales. Son
situaciones que interpelan a quedarse mirando solamente esto o ver también algo
más, su posibilidad.
La realidad que el feminismo ha desnudado en muchos casos es
dramática. Son siglos de destrato y opresión ignorada. Con la fuerza tan propia
de ellas, han sido capaces de cuestionar roles de varones y mujeres en la
sociedad. Y más. También me pareció que en ese camino se han forzado algunos
argumentos, como por ejemplo justificar en esta realidad la facilitación de la tragedia
del aborto. El reclamo también ha tomado formas y expresiones muy difíciles de
aceptar. Sin ánimo de justificaciones -porque además no soy quién para
justificar a nadie-, es justo reconocer que si querés aprender a tocar la
batería vas a tener que hacer ruido.
Empeñado en la esperanza, también
veo que el feminismo ha promovido un fecundo debate por el rol del varón ¿Qué
significa ser varón hoy? ¿Qué se espera y puede aportar el varón hoy? Para este
proyecto de cura no es menor y da esperanza el derrumbe de la idea del varón
como el dominador, rígido, insensible y aportante de materia prima para hacer
hijos ¿Es posible un sacerdote -varón- siguiendo esos parámetros? Nunca más.
Creo que parte de la renovación del sacerdocio puede ser en alianza con las
voces que traen las mujeres.
Exagerando, en algunos ambientes parece haberse instalado que hay dos tipos de sacerdotes: los abusadores y los encubridores. Se instala esta idea cuando se multiplican efectivos casos de abusos y de encubrimiento. Se apoya en datos duros que duelen, desaniman, frustran y cuestionan la fe. A todo seminarista en este tiempo se le ha figurado la triste pregunta: “¿vale la pena seguir?”. Se me ocurre que a algunos jóvenes que en algún momento se han planteado la vocación sacerdotal también se han preguntado: ¿es posible ser feliz como sacerdote?
Empeñado en la esperanza, como leí por ahí,
puedo decir que me sigue entusiasmando la posibilidad de cambiar las cosas
embarrándome desde adentro y con otros para vivir un sacerdocio más de Jesús y
al servicio de todos ¿O creemos que esto puede cambiarse simplemente por la
fría aplicación de protocolos de expertos y opinadores de atalaya?
Como ocurrió en otros siglos del cristianismo, se hizo famosa una
campaña para que un puñado grande de bautizados dejen formalmente la Iglesiadeclarando su apostasía. Al margen de que me llama la atención y no termino de
entender cierto egocentrismo de quien para abandonar supuestamente una
institución se someta a esta burocracia, me bajonea. No es el temor de quedarme
sin público para esta fiesta si no que me bajonea pensar qué hay detrás. Puedo
suponer abusos, atropellos y pecados cometidos en nombre de la religión. Puedo
suponer fragilidades familiares, comunitarias, sociales. Sin ponerme tan
dramático, puedo imaginar malas catequesis y experiencias religiosas que
impidieron el encuentro con Jesús.
Empeñado en la esperanza, primero
no dejo de sorprenderme. A menudo me pregunto por qué yo no. Siguiendo las
suposiciones me pregunto por qué yo no fui abusado habiendo estado en el borde
del área, por qué yo no me sentí atropellado ante personalidades avasallantes,
por qué mi abuela transmite una especie de catequista para la vida diaria y no es
una vieja piadosa moralista. Me lo pregunto más aún cuando me veo en este
camino al sacerdocio que es injusto con todos los criterios humanos. Empeñado
en la esperanza no puedo dejar de ver el tremendo don de la fe que he recibido
por mi familia y ha sido bien alimentado por la compañía de Jesús a lo largo de
mi vida. Cuando hay una promocionada posibilidad de desertar, no hacerlo es
toda una declaración de principios tan potente que podría ser capaz de
transformar esta fría Iglesia en una comunidad nueva.
Cuando la enfermedad merodea la fortaleza como buscando el agujero en
el muro para filtrarse y llegar a cometer el crimen se vive con inseguridades.
No solamente duelen los efectos de este ataque sino también todo lo que ya
generó. Es difícil no caer en desánimos y sinsentidos. Tan difícil como no caer
en depresiones y otra lista de males fruto del ensimismamiento y el permanente
qué pasa sí… Ni las estadísticas ni Google parecen ser buenos aliados para
estas situaciones. Todos los planes se afectan. La realidad se vuelve densa.
Empeñado en la esperanza, hago
planes para la posibilidad de la enfermedad vencida, partida por la resistencia
sufrida. No son planes de inmortalidad ni de certificados de perfección. Son
planes cotidianos de seguir compartiendo la amistad de hoy y el posible
sacerdocio de mañana, aunque sea sencillamente para consagrar el pan y el vino.
No son planes de carrera eclesiástica y ya tampoco de misiones o intercambios
en algún rincón del mundo. Son planes de saberse acompañado, bancado y
sostenido siempre, aunque en las malas mucho más. Es la posibilidad de tomarse
un fernet y llegar a la final de la Libertadores.
Al final, como diría Zubiri, “la historia es un sistema de actualización
de posibilidades, no de una actualización de potencias” ¿Cómo no empeñarse
con la esperanza?
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