En este ano de la misericordia se nos
invita a poner en esta especial atención. La elogiable iniciativa del Papa
Francisco, sin embargo cae en el riesgo de tantas otras corrientes de la
Iglesia y terminar siendo un lugar común. Ocurre cuando se escribe más de lo
que se hace desde planteos más metafísicos que pastorales. Contradiciéndome a
mí mismo, me dieron ganas de poner por escrito algo de lo que compartimos en la
última Semana Santa con los Universitarios de Schoenstatt de Campanario. En
aquella oportunidad la invitación era poder vivir en y de la misericordia del
Padre. Esto tan bonito se vuelve problemático cada vez que no sabemos muy bien
cómo hacerlo. Por eso se me ocurrió compartir un posible camino para
experimentar la misericordia.
¿Qué
es la misericordia (para mí)?
Entrando
en una doble contradicción valdrá la intención de invitarnos a preguntarnos qué
es la misericordia. A menudo nos pasa, como personas y como Iglesia, que damos
por sentado que todo el mundo entiendo lo mismo que uno; y sin ir más lejos
personalmente esta palabra se volvió significativa desde hace cuatro años. La tarea es explicar con
mis palabras la experiencia del Hijo Pródigo quien lo experimenta tan vivamente
en el momento en que “cuando aún estaba lejos,
lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su
cuello, y le besó.” (Lc. 15, 20). Es explicar con mis palabras lo que ha intentado mi
compatriota Francisco en su Bula cuando afirma que “Misericordia es la vía que une a Dios y al hombre… [permitiendo] ser
amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado” (MV 2).
La misericordia
como don de Dios.
Desde lo anterior parece claro que la experiencia de
misericordia no es fruto de un trabajo personal como de conquista o de
merecimiento sino que es regalo de Dios que nos primerea, que sale a nuestro
encuentro como el Padre de la parábola. Por eso mismo la misericordia
sorprende, descoloca, rompe esquemas. Esto es especialmente potente para
nosotros que estamos tan acostumbrados y educados a que las cosas se ganan con
esfuerzo y de pronto somos sorprendidos por este Padre que sale a nuestro
encuentro. En clave chilena podríamos decir que no llegamos a la misericordia
por PSU.
La misericordia es
más fuerte.
Lo
segundo que para mí es clave entender -y que también implica su buena
conversión interior- es que la experiencia de misericordia no viene porque Dios
haga la vista gorda o porque nosotros nos hacemos los lindos. La misericordia
de Dios es su amor conociendo toda nuestra verdad. Nada puede frenar las ganas
de misericordiar del Padre. Y nada es nada. Por eso la misericordia es más que
perdón, es más que lástima, es más que justicia. La experiencia de misericordia
te capta por entero. Se me viene la imagen poco académica, pero tan frecuente
en el transporte público de Santiago en donde un pololo ama a su polola -y lo demuestra- aun cuando sabe que es
gorda, vaga y fea. Ese buen hombre sabe que es así, pero su amor es más fuerte
que esos detalles menores. Del mismo modo, el amor no es compartimentado
sino que es total.
Abrirse a la misericordia
Entendido más o menos lo anterior, la pregunta que no
pocas veces me hacen es cómo experimentar ese amor. No deja de llamarme la
atención cómo esa búsqueda es tan humana que supera cualquier situación social.
Y está bien que así sea porque “La
misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con
la cuál Él revela su amor”. (MV 6). De este modo a continuación propongo
algunos caminos para recorrer y encontrarse con la misericordia del Padre. Por
más de que lo parezca, no deben ser leídos como fórmulas o pasos porque iría en
contra de lo ya dicho acerca de que es Dios quien primerea. Pienso que sí
pueden ser un aporte en tanto que nos ponen en movimiento, preparan el corazón
y nos abren para experimentar la afamada miserircordia. Son caminos para
abrirse a recibir y experimentar la misericordia que especialmente en este
tiempo se nos quiere regalar.
·
Las personas. Recordar
que “Dios actúa a través de causas
segundas libres” (PK). Es decir que el modo preferido en el que Dios nos
regala su misericordia es a través de las personas. ¿Quiénes me han regalado ese
amor misericordioso como el de Dios? ¿Quiénes me invitan a volver? Ellos
intervienen en momentos en que nos
sentimos apañados, queridos, bancados. Son momentos en que el otro no está del
todo de acuerdo, pero que el amor es más fuerte. Pienso yo en el amor de mis
tres hermanos con quienes soy muy amigo. Me acuerdo cuando les conté que
entraba a la Comunidad y ellos la parieron. No le gusta la separación, lloramos
como chiquitos y ni siquiera son schoenstatteanos, pero me siento profundamente
querido por ellos. Pienso también en mi grupo de vida. Armamos un singular
grupo que seguramente no quede en la historia de los más ascéticos ni como los
más comprometidos, pero sí los más jugados. Se me viene la imagen de casi todos
ellos en mi toma de túnica o de los esfuerzos gigantes que hacen para que nos
juntemos cada vez que paso por Buenos Aires. Mi curso, mi comunidad, mi maestro
de novicios. Personas.
·
La historia. “La misericordia hace de la historia
de Dios con su pueblo una historia de salvación” (MV 7). La misericordia no es un hecho único en nuestra
vida, como una marca de algo que pasa sino que es una forma de relacionarse de
Dios con nosotros. Repasando mi historia seguramente encuentre momentos de idas
y vueltas, de fidelidades e infidelidades. Dios toma todo eso para salvarnos
¿En qué aspectos o momentos de mi vida descubro esas tensiones, esa dinámica?
¿En qué aspecto debo seguir peléandola para volver? En la historia, somos
salvados. No es una historia lineal o ascendente, sino que es una historia dinámica,
de tensiones y también luchas. Es la tensión entre el ideal o la vocación o el
llamado que Dios me muestra y mi propia dificultad por alcanzarlo. Lo grave no
es estar metido en esa tensión sino claudicar en la lucha y que esa dinámica no
renueve mi encuentro con Dios. Pienso yo en lo que ha sido y es mi vocación al
sacerdocio. Sueño con un sacerdocio al que Dios me invita con mil virtudes e
ideales, pero choco con el propio límite del pecado, de la debilidad ¿Ejemplo?
Demoré mi si por años porque tenía la expectativa de que el día que supere tal
o cual tensión, todo se resolvería y podría entrar. Después caí en la cuenta
-¡gracias a Dios!- de que debía jugar en medio de esa dinámica.
·
Los lugares. La
misericordia se muestra de manera especial en lugares físicos concretos. Son
lugares propios donde me descubro, me recuerdo quién soy y de alguna manera
también vuelvo para recibir la misericordia ¿Dónde recibo la misericordia de
Dios? Es la importancia que el PK le daba a las vinculaciones locales. Para mí
es muy fuerte Tuparenda, el lugar donde hice el noviciado en Paraguay. Ese es
un lugar que salva, que misericordea. En pocos momentos de mi vida tuve
conciencia de mi fragilidad más radical como estando ahí, y ahí mismo volví a
recibir el llamado. Dios me quiere sacerdote incluso con esos puntos flojos. El
lugar de la práctica pastoral, en el pueblo de San Ignacio, en medio de la
gente sencilla también me descubro querido, valorado por Dios y también
impulsado con más libertad al sacerdocio. Campanario, en particular las Tres Campanas.
Después de tantos escandaletes, seguir teniendo jóvenes que se la quieren jugar
y que siguen confiando en uno muestra cuán grande es la misericordia de Dios
que no hace la vista gorda ni oculta información sino que sabiendo, está. El
lugar para todo schonenstatteano es el Santuario. Es donde voy sin rollos
cuando tengo que llorar.
·
El encuentro con Jesús. “Lo que movía a Jesús en todas las
circunstancias no era sino la misericordia”. (MV 8). ¿Cómo es la mirada de Jesús? La respuesta obvia
a esta altura es “con misericordia”, pero no se trata de saber eso sino de
experimentarlo. Una buena idea es ubicarte en oración y con la imaginación en
estos relatos y descubrir cómo es esa mirada misericordiosa de Jesús. Pensando
que del mismo modo te mira a vos: Mt. 9, 36, Mt. 14, 14, Mt. 15, 37, Lc. 7, 15,
Mc. 5,19
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