Ir al contenido principal

Un Jesús humano o un cristianismo de PlayStation


El Viernes Santo con la Liturgia de la Adoración de la Cruz nos deja picando la pelota para adentrarnos en la humanidad de Jesús. Es que en pocos momentos de su vida la humanidad queda tan evidenciada como en el día de hoy. Tan potente es su humanidad que hoy Jesús murió. Y esto no es un decir, no es una representación, no es una metáfora. No. Jesús hoy muere ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? Hay que meterse.

Muchas veces tengo la impresión de que anunciamos a un Jesús flemático. La repetición anual de la Semana Santa no nos ayuda. Terminamos acostumbrados y con la sensación de que cada día es parte de un trámite para llegar al domingo. Un Jesús flemático es un Jesús que agacha la cabeza y pasa sin mostrarse demasiado, sin sentir demasiado, sin afectarse demasiado. Es un Jesús pasivo y mero receptor de hechos que tajantemente debe seguir porque así lo determina la voluntad del Padre ¿Es que a este tipo no le entran balas? No es posible afirmar un Jesús tan ajeno a algo tan propio de la humanidad: el corazón, el dolor, el afecto, el sentimiento. Y no. Jesús no es un funcionario o un burócrata de la voluntad del Padre.

Esto no es lo más grave. Lo peor es el tipo de cristianismo que este Jesús engendra. Naturalmente, una visión de Jesús así marca un modo de seguirlo. De este modo, un Jesús flemático lleva a vivir un cristianismo de PlayStation. Uso la siguiente imagen. A mí me gusta mucho el fútbol; tal vez demasiado. Me gusta mucho jugarlo aunque hay dos maneras. Una alternativa posible es jugarlo en la PlayStation. Ahí podré ganar, empatar o perder como en la mayoría de las veces. Ahí también podré hacer goles, atajar, recuperar las pelotas y alegrarme. Todo lo podré hacer sentado cómodamente en mi sillón apretando un par de botones. Ahí, terminados los partidos seguiré con mi vida normal. Otra alternativa es jugarlo de verdad: ponerse la camiseta y los botines y salir a la cancha. Correr. Transpirar. Ensuciar. Ganar, empatar o perder. Terminar el partido con la lengua afuera y muerto de cansancio. Estar en el día siguiente con los pies duros. Que a partir de acá se da aquello que a mi mamá tanto le costaba entender: de un partido de 90 minutos se marcaba toda la semana. Pienso que algo así nos puede pasar con el seguimiento de Jesús. Cada vez que eludimos la humanidad de Dios en Jesús, estamos anunciando un Jesús alejado de mi realidad. Así, naturalmente el cristianismo se transforma en un cristianismo de PlayStation en donde uno debe apretar un par de botones, obtiene triunfos o derrotas, pero nunca necesitará abandonar la comodidad del sillón.

¿Cómo podré compartir mi vida y mis tinieblas con quien no logró empoderarse de su humanidad? ¿Qué tiene para decirnos Jesús si nunca tuvo mis planteos, mi vida, mis preguntas? No hay dudas: en ese caso seguir a Jesús queda como un juego demasiado externo. La única ventaja o aporte de ese Jesús deshumanizado es un código de comportamientos deducibles de lo que Él hizo. Ser cristiano sería algo así como hacer lo que Jesús hizo. Entonces si usted se encuentra ante una prostituta vea Jn. 8, 3-11 o si se siente abandona por sus amigos proceda conforme a Mt. 26, 36-46. En síntesis, apretar botones. Pero no. Gracias a Dios, Jesús no es un código de buenas prácticas a seguir.


No temerle a la luz es no temer el rostro humano de Dios en Jesús. Es encontrarse con Jesús; o más bien, dejarse encontrar. Solamente comprendiendo su humanidad, Él tendrá algo para decir a mí humanidad. Al final en esto se juega nuestro modo de seguir a Jesús, de ser cristiano. Y que este cristianismo nos encienda la vida.

Comentarios

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios