Mirar desde
la alegría
En la celebración del
año nuevo entre todas las comunidades, en la centenaria escuela de General
Campos, el p. Facu terminaba sus palabras con un acto de sinceridad y casi una
declaración de principios: afirmar no tener idea qué es la alegría. Lo que en
su momento fue simpático, para mí termina siendo una clave de interpretación de
MTA. Es sabido, MTA -y mi MTA- puede leerse desde distintas ópticas. Yo elijo
esta de la alegría. Así es posible compartir MTA desde las distintas alegrías
que viví y -especialmente en mi nuevo lugar de seminarista- pude ser testigo.
Mirar desde la
alegría puede ser un poco chocante para fenómenos religiosos de este calibre. A
menudo me da la sensación que hablar de la alegría es visto como una
superficialidad. Desde distintas tribunas conservadoras me dirán que el vínculo
con Dios no se sostiene desde la alegría sino desde el compromiso, la doctrina,
la búsqueda de verdad y la responsabilidad. Los conozco. Yo también alguna vez
vi partidos sentado en esa platea. Por eso empiezo este repaso misionero reconociendo
que mirar desde la alegría es una
revolución. Seguramente una pequeña revolución; pero revolución al fin.
Y si el desarrollo de
esto se vuelve largo y algo latoso ya
con estos dos primeros párrafos queda una enseñanza de MTA y de vida: aprender
a hacer el ejercicio de mirar desde la alegría.
La alegría de la reconciliación
Una alegría de la que
pude ser testigo y que también fue mía, es la alegría de la reconciliación. Es
la alegría del hijo que vuelve y se abraza con el padre. Es una alegría que
trasciende la reconciliación sacramental porque a menudo nosotros nos perdonamos
menos que Dios porque, como dice Francisco, Dios no se cansa de perdonar sino
que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Esta alegría se
acompaña de la paz, del poder dormir tranquilo. Esta alegría permite levantar
la cabeza y nos permite volver a mirar a los ojos. Pudo venir de aquella larga
reconciliación en un escenario especial después de sabias palabras y preguntas
del padre. Pudo venir de ese rato de Adoración entre cabezazos y cantos en el
que volví a hacerme uno con Jesús y a experimentarme hijo predilecto, amigo
entrañable. Alivio. Emoción. Lágrimas. O sencillamente alegría.
Para mí la alegría de
la reconciliación es equivalente a lo que siento cada vez que vuelvo a Callao
542. Ahí pude estar-con tantos desde 1993 hasta 2004 como alumno. Cada vez que
vuelvo me siento en casa. Me recuerda quién soy, me siento cómodo y contenido
aun cuando el año que pasó se cumplieron diez desde el Adios Reina del Cielo. Es que la
alegría de reconciliarse al final de cuenta es la alegría de volver a ser; que
en términos heideggerianos sería volver al Ser.
La alegría de buscar
La
alegría de MTA es también la alegría de buscar, de preguntarse, de incomodarse,
de darse lugar para escuchar ese grito interior que clama por una pequeña
revolución de amor, de encuentro más real con Dios, de ser mejor, de crecer, de
la auténtica vocación. La alegría de buscar no es la alegría de encontrar. Por
el contrario es la alegría de saberse en
camino; aunque no necesariamente encaminados.
Es la alegría de vivir. Es la alegría de poder disfrutar hoy sin tanto miedo
por el mañana ni tanta culpa por el ayer porque nos sabemos y nos aceptamos en
la búsqueda. Porque al final lo importante no es llegar sino que lo importante
es el camino.
Reconozco
y admito que esa búsqueda muchas veces conflictúa y hasta molesta. Como mínimo
desconcierta. Es el desconcierto del pibe que pasó de tener uniforme para
vestirse de lunes a viernes y colegio a dónde ir al que ahora tiene que elegir
qué ponerse, qué estudiar, qué trabajar, cómo rezar, cómo pololear, qué familia quiere formar. Es el desconcierto de la vida
que nos empuja de las falsas seguridades que nos dan ciertas fórmulas que
acallan conciencias y nos recuerdan que al final de cuentas seguir a Jesús no
es asumir un seguro contra todo riesgo sino asumir la buena aventura del Reino.
Buscar
inquieta y nos recuerda que estamos vivos. Por eso mismo MTA alegra el corazón.
La alegría de la vocación.
Y una
vocación en comunidad. En términos organizacionales es la alegría de trabajar
en equipo. En palabras de un hermano de curso que ahora sencillamente es amigo
es como hermanos soñar. Y soñar con
este 2015 que quiere coronarse con
nueva y buena gente; y con el dos mil veinti no se cuánto viviendo una misión con tutti y con tute mientras sigo
aprendiendo de la sencilla brillantez de uno ya ordenado y otro un poco más desordenado es responsable de que yo
esté escribiendo con y de la alegría.
Experimento
el llamado que Dios me hizo al sacerdocio como un regalo inmensurable y fruto
de su absoluta misericordia. Siendo honesto esto se hace menos visible en el
estudio del poema de Parménides o en el obsesivo cuidado del autorreferencialismo comunitario y es
más evidente cuando se da a los demás, cuando se comparte, cuando se vive en
MTA. Como me ayudó a formular un amigo y misionero: misionar siendo seminarista
te da un plus.
La
alegría de la vocación no es la alegría de brillar ni de estar en el centro sino
es la alegría del pesebre: de ver que entre la paja y los animales Dios se hace
presente. Y cuando no se ve, ayudar para que así sea. En la mía. En la de los
misioneros. En la de los generalcampesinos
o como se diga. Y cuando se hace presente queda claro que los muros están para
ser superados. Así, la experiencia del Tabor que es la vocación tiene sentido
cuando somos aliados en el mundo.
La alegría
de encontrarse en Jesús
Unas misioneras
extranjeras que participaron alguna vez de MTA me comentaban todavía
sorprendidas la cantidad de tiempo dedicado al encuentro con Jesús. Laudes,
oración de la mañana, envío y regreso desde el Santuario, Adoración permanente,
testimonios, nuevos envíos, Rosario, misa, oración de la noche y más Adoración.
Lo más lindo de esto es que justamente por esto el encuentro con Jesús no se
reduce a momentos sino que nos pone en sintonía para vivir todo el día a la
manera de Jesús. Y mejor aun experimentamos que encontrarse con Jesús no te
arruina la vida sino que la hace más linda, más colorida, más bonita, más alegre.
Con este tipo de
experiencias superamos la anacrónica -aunque paradójicamente siempre vigente-
discusión misión vs. retiros o vida vs. formación o alegría vs. doctrina porque
pone en el centro el encuentro con Jesús. Y cuando Jesús queda en el centro
nosotros quedamos descentrados y todo se ordena en torno al sol de Cristo que
brilla desde lo alto de cada hermano. Y ahí somos uno en Cristo. Como
dijo algún experimentado misionero, de esos que siguen misionando como la
primera vez, MTA es la Galilea donde una
y otra vez vuelvo para encontrarme con Jesús y ponerlo a Él en centro.
Y con esto me
detengo. Porque Zárraga me enseñó que el chiste de la fenomenología no es describir
con detalle sino dar pinceladas. Y con estas pinceladas escribir MTA.
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