Un lugar comun es... no arriesgar
El objetivo es claro; meter la pelota adentro del arco. Los caminos para
hacerlo son variados. De todos ellos hay uno que me exaspera especialmente. Es
aquel que persigue el momento especialísimo para hacer la jugada calculada y
así meterse en el arco con pelota y todo. Se pasan los noventa minutos haciendo
dominio o posesión de balón, lateralizan el juego y creen cansar al rival hasta
que llegue el momento en que se alinean los planetas –o se desalinean los
defensores- y se hace el hueco. El gran problema es que ese momento no siempre
llega y así puede terminarse el partido sin haber pateado al arco. Me acuerdo
que en aquellos queridos años del intercolegial, el gran Leo Casciaro
preguntaba a los delanteros si el rival era bueno o malo. Cuando ellos no
sabían responder, Leo aumentaba el entusiasmo de su charla técnica para
concluir en una afirmación cerrada como expresión de la poca trascendencia de
nuestro juego: “ni siquiera probamos el arquero”.
Como consecuencia de lo anterior disfruto y gozo de los goles de media y
larga distancia. Son expresión de haber entendido la esencia del fútbol y de
dejarse entusiasmar por él. Honestamente para mí el gol de Calderón a Córdobaen aquel partido histórico que puso fin a la serie de invictos de Boca, es de
los tres mejores goles de la historia del fútbol argentino. Reconozco que mi
gusto no se ve afectado por la hipotética situación en que un posible roce haga
fea la jugada ¡Qué más da si la pelota antes de entrar y luego de un remate de cuarenta
metros entra directo o hace carambola entre los once rivales, el árbitro de
línea y un cascote de la irregular cancha! El gol se festeja igual. Es cierto
que eso tiene un riesgo. Es el de mandar la pelota a la casa de la vecina o
colgarla y así ser señalado de irresponsable con la carga extra de sentir culpa
por haber intentado hacer algo que jamás en la propia vida dio resultados.
Tal vez se asuste el lector por esta férrea defensa, pero seguramente
comprenderá que en realidad quiero hablar de la vida. El objetivo es ser feliz,
el camino es variado. Particularmente estoy con los que arriesgan en pos de eso
a fuerza de decisiones. Por lo mismo estoy en contra de aquellos especuladores
que lo único que buscan es caer parados. Incluso lucho con el especulador que
tengo adentro. Ellos seguramente tendrán una vida tranquila, serán fundadores
de lugares comunes, pero dudo que puedan ser del todo felices
Yo estoy con los que se animan a pegarle desde cualquier lado. Los que,
en verdad, le pegan al arco. Tal vez por eso estoy escribiendo esto en una
iglesia de la localidad paraguaya de san Ignacio Guasu en una fresca tarde que
empezó con la despedida de parte de mi familia que no veía desde hacía un año y
que continuó con noventa minutos de clases de guaraní. Sin duda mi respuesta al
llamado vocacional está siendo como pegarle al arco desde setenta metros.
Honestamente no se si la pelota entrará al arco o se desinflará en el camino,
pero mientras tanto nadie me puede quitar la enorme satisfacción de haber
tomado carrera, apuntar, acomodar el pie y darle de lleno. Por otra parte, si
hubiera querido tener todas las variables controlados hoy seguramente estaría
haciendo pases cortos en el círculo central. Recuerdo con singular alegría el
momento en que caí en la cuenta de que ya no había más posibilidades de
seguridad, ya no había más elementos y solamente quedaba pegarle al arco. Aun
cuando dudo de la fuerza de mi pierna, aun cuando veo el arco bastante lejos,
aun cuando apenas conocía el equipo, le sigo pegando al arco.
Lo emocionante de la vida, aunque por momentos pueda volverse
estresante, es que uno tiene oportunidades para pegarle al arco todos los días.
Son momentos que parten de un “me gusta esto” y que se concretan en decisiones
que muestran una opción por aquello que me gusta. Un buen indicador de un
partido es cuántas veces el equipo le pegó al arco. Analógicamente, un buen
indicador de la vida es cuántos gustos se van despertando y se traducen en
decisiones.
En tal sentido me encanta descubrir los nuevos “me gusta” de esta vida
que se tornan en opciones. Desde gustos más profundos: un sacerdocio más
simple, cercano, sencillo y comprometido. Gustos más superficiales: dejarme la
barba. Gustos más rutinarios: ir al trabajo en bicicleta y cantando canciones
que invento en el momento. Gustos musicales: Abel Pintos y el descubrimiento
nostálgico del folklore argentino. Gustos domésticos: planchar las sábanas con
música de fondo (y que me queden bien). Gustos deportivos: jugar de cinco y
salir a correr.
No se si seré un goleador, pero sí tengo en claro que le pego al arco
con ganas.
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