En la misma cuadra donde yo vivo,
vive Joel. No se muy bien cómo definirlo, pero debo admitir que Joel es un poco
mi ídolo. Mientras juego a la pelota en la puerta de casa lo veo pasar siempre en
su bicicleta. Tal vez sorprenda que me detenga en su bicicleta, pero de verdad
la suya es especial. Yo también tengo una bici, pero es distinta porque la suya
tiene cambios, a la noche tiene luces que permiten verla desde la esquina, las
ruedas no se desinflan como las mías y su asiento tiene algo que parece más
cómodo.
La bicicleta de Joel, de verdad
es diferente. Yo siempre soñaba con usarla. No pretendía irme lejos ni dar una
vuelta grande sino que solamente una cuadra, dos pedaleadas. El problema es que
para eso antes tenía que hacerme amigo suyo. Antes de dormir yo rezaba todas
las noches para que se diera el milagro. No quería desmedirme en el pedido. Por
eso a la Virgencita no le pedía una bicicleta como la de Joel sino solamente
hacerme un poco amigo de él como para animarme a pedirle dar una vuelta.
Una tardecita ocurrió el milagro.
Me acuerdo perfecto. Era un sábado y yo estaba medio bajoneado porque mi
querido Club Atlético Independiente había perdido su partido de fútbol al
mediodía. Como si todo estuviera previsto desde siempre, esa tarde estaba
jugando a la pelota en la puerta como de costumbre y ahí lo vi pasar a Joel.
Esta vez me sorprendió que venía en su bicicleta, pero mucho más lento que de
costumbre. También me sorprendió que vestía una impecable camiseta del Rojo.
Aprovechando eso me animé a hablarle: “¡Qué partido perdimos hoy!”, le dije.
“Sí, ni me hagas acordar que tengo una bronca. Son todos unos muertos”, me
respondió como si fuéramos grandes amigos. Esas pocas palabras y el fútbol
alcanzaron para generar confianza. Repasamos los goles increíbles que nos
perdimos y los errores de nuestros defensores. Después de ese rato de
introducción, me animé a preguntarle sobre lo que realmente le quería
preguntar: “¿No me prestas tu bici para ir a la esquina?”. “¿Mi bici?” me
respondió sorprendido. “Más vale”, continuó sin dejarme decirle nada más.
Ahí estaba yo a punto de cumplir
un gran sueño. Antes de la primera pedaleada le pedí consejo para saber usarla
y no hacer el ridículo. Poniendo su rostro serio me dijo: “una sola cosa es
importante para andar bien: nunca podes dejar de pedalear”. “Nunca”, repitió
enfatizándolo. Su respuesta por básica me llamó la atención. Joel, como
adivinando mi pensamiento, amplió su respuesta. “Es así, uno nunca puede dejar
de pedalear. En el barrio las calles son complicadas, puede haber subidas o
bajadas muy fuertes, pueden haber piedras o arena, incluso los vecinos van a
decirte cualquier cosa porque estas usando mi bicicleta. Pero vos, no te
olvides nunca de dejar de pedalear”. Recién ahí comprendí que su consejo era
importante. Por eso siguió: “puede ser que te caigas, pero ahí te tenés que
levantar y ponerte a pedalear. Puede ser que te quieran robar, pero ahí tenés
que pedalear. También te puede pasar que ahora porque te ven en esta bici
muchos se hagan tus amigos o quieran venderte muchas cosas, pero vos no te
podes dejar engañar y siempre tenés que pedalear. El momento en que dejes de
pedalear, vas a estar listo”. Dichas estas palabras me entregó su bicicleta y
salí al barrio a dar una vuelta.
Mientras andaba recorriendo el
barrio desde la bici, me di cuenta que lo que lo hacía admirable a Joel –y a
las personas- no era la bicicleta que tenía sino su actitud de avanzar siempre.
Con esas ganas nada lo frenaba: ni el cansancio, ni los peligros del barrio, ni
la mala junta, ni las promesas de falsa felicidad, ni las piedras en el camino.
Comentarios