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Santo Sábado: una invitación a la espera

Un lugar común es... esperar

Dentro de la Semana Santa lo más sencillo es identificarse con la Pasión y la Resurrección. Junto a ellos como que el Jueves Santo por aquello del Lavatorio de los pies y el Domingo de Ramos por la entrada de Jesús a Jerusalén acompañada por palmas, también tiene cierta fama por decirlo de alguna manera. En medio de todo eso nos queda el Sábado Santo. Un deslucido Sábado Santo. No me refiero al sábado de noche cuando entramos a la Vigilia Pascual, sino al sábado a la mañana o de tarde; del sábado mismo. Contra todo pronóstico creo que este es el día del que tenemos que aprender a vivir, el que más tiene que ver con nuestra historia y, en última instancia, del que debemos hacer como un estado de vida. Para eso identifico al Sábado Santo con el día de la espera.

Metámonos en la escena. Repasemos lo sucedido en esos días desde el lugar de los doce. Hagamos de cuenta que somos uno de ellos. Participemos con ellos de los sentimientos que había dejado en sus corazones la Última Cena, la Pasión y la posterior muerte de Jesús. Con esos sentimientos caminemos como Juan o Pedro hacia el sepulcro vacío. Esta potente imagen resume lo que es el día: Jesús que murió, pero ya abandonó el sepulcro. Es un Jesús que no podemos ver y podemos pensar tantas cosas como los discípulos en ese momento: ¿se habrán robado el cuerpo o será que en realidad Jesús nunca existió?

 Partamos la meditación animándonos a mirar mis sepulcros vacíos. Esos espacios en donde no hay nada y hacen brotar en mí la incertidumbre, la confusión, las dudas, los cuestionamientos. Quien más o quien menos, todos los tenemos. En esos espacios vacíos hay algo que espero ¿Hay algo que espero? Lo grave no sería tener muchos espacios vacíos sino el no estar esperando nada ¡Qué triste es escuchar o escucharse decir “no pasa nada”! Es que el situarnos delante de nuestros espacios vacíos debe alimentar el querer que pasen cosas y no la nada.

Para transformar ese espacio de vacío pasivo –de nada-, en un espacio de espera activa –que pasen cosas- es necesario anhelarlo. Cultivar el anehlo de que pasen cosas. Ser más hombre de sueños que hombre dormido. Sin duda que esta actitud reviste coraje. Cuando pasan cosas hay riesgos, perdemos seguridades y controles. Buscar que pasen cosas es escaparle a los Lugares Comunes, ahí donde ocultamos vacíos y nos sentimos seguros. Un hombre sin preguntas a la larga es un hombre sin respuestas.

Ya reconocimos vacíos. Ya cultivamos la espera, el anhelo. En este es fundamental ser sinceros y creativos. Sinceros para reconocer realmente lo que me falta y lo que realmente espero. Creativo para poder esperar mucho y mucho mío, mucho bien. En este espacio es donde entra Cristo. Cristo es quien llena esos espacios vacíos y los impregna de vida. Por eso cultivar el anehlo en Cristo, es reconocer que el Resucitado da vida, llena de vida esos espacios en donde yo espero. Si no uno mi espera en Cristo, la resurrección sería un hecho histórico y no un proceso de vida. Es necesario unir a Cristo mis esperas, hacernos uno en Cristo en la espera. Ponerlo en sus manos, llevarlo a la oración y encontrarme con el Resucitado ahí. Si no logramos que Cristo sea la causa y la razón de nuestra espera, terminaremos lastimosamente esperando en  la suerte, en el destino y en las personas con el límite que ellos significa. Poner la esperanza en Dios es justamente lo contrario: es unir nuestra espera en Dios.

Por todo lo anterior abramos nuestros vacíos y dejemos correr la espera activa y creativa. Ser acerca el Domingo de Pascua.

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