Un lugar comun es... criticar la rutina.
Desde este humilde y olvidado espacio les propongo rendir honor a la rutina. Sin dudas es un Lugar Común hacerla cargo de nuestros lamentos y fracasos. Ante esto, en mi cruzada por desmitificar lo que se da por obvio, le dedico este espacio para su reivindicación.
La rutina es como el alumno aplicado: hace las cosas bien y lo que corresponde, pero todos lo tildan de aburrido y de mediocre; eso sí, ante los momentos de prueba todos corren tras él. La rutina es como la virginidad: todos la tildan de aburrida, de ir en contra del hombre mismo, pero en el fondo genera respeto y todos nacemos con ella.
El primer elemento a valorar es su naturaleza. Es natural que el hombre organice su vida siguiendo una serie de actividades más o menos parecidas. Desde esta perspectiva nadie puede considerar a la rutina como algo malo. El problema reside entonces no en la rutina en sí, sino en lo que llenamos nuestra rutina. La rutina puede estar sucedida de actividades interesantes, divertidas y hasta atragantes. En ese caso la rutina se transforma en algo fascinante.
Cuántas veces escuchamos la frase “a mi lo que me mata es la rutina” ¡Qué injusticia! Lo único que falta es que a la pobre rutina se le cargue el mote de asesina ¿Qué culpa tiene la rutina si usted carga su vida de actividades pedorras que no lo ayudan a desplegar su potencialidad? La rutina no debe matar nuestros sueños, nuestros anhelos, nuestras búsquedas de felicidad. La rutina, por el contrario, debe ser el espacio a través del cual todo eso puede desarrollarse.
Suele identificarse a la rutina como el rincón de los mediocres. Aquellos que no tienen nada qué hacer o nada qué esperar y entonces duermen en la rutina. Por ejemplo, llenan su vida de activismos intrascendentes que nada tienen que ver con ellos mismos, pero permiten completar las horas del día haciendo algo. Al terminar el día se sienten exhaustos y reconocen que “este ritmo de vida me está matando”. En el fondo no se dan cuenta que lo que les mata es el estar haciendo nada, enfrentando a su propia vida.
Por último también es común escuchar que las cosas que valen se hacen fuera de la rutina. Dice el abuelo: “yo llevo a mis nietos a la plaza, para romper con la rutina”. Dice el joven: “en estas vacaciones me voy a la mierda así salgo de esta rutina que me está asfixiando y me hace vivir acelerado”. Al escuchar esas cosas uno se lamenta de que no puedan integrar dentro de su rutina esas cosas valiosas. La consecuencia inmediata es que al final de las 24 horas del día solamente vivamos con ganas una o dos; o peor aún que de los siete días de la semana sólo tengan valor los sábados y los domingos.
En tiempos donde no terminamos de entender qué es la libertad y que no entendemos que no hay nada más esclavizante que la libertad. En tiempos donde predomina una odofobia, con un rechazo del orden por el orden mismo. En tiempos donde se valora lo líquido como oposición a lo sólido, firme y permanente. En tiempos donde tenemos un mundo de sensaciones. En tiempos donde tenemos todo esto suena lógico que la rutina genere tanto rechazo.
¡Qué lástima que no valoremos a la pobre rutina! Es la rutina el espacio para encontrar un sentido a la vida que responda a la propia vocación. Es la rutina el espacio para encontrarnos con el humano y ver ahí a nuestro hermano. Es la rutina el espacio para construir nuestra Patria y ser patriotas. En definitiva es la rutina el espacio propicio para desplegar nuestras potencialidades y ser felices. Es en la rutina donde Dios golpea nuestra puerta y llama.
Es la rutina, es la vida… ¿la vamos a desaprovechar?
Desde este humilde y olvidado espacio les propongo rendir honor a la rutina. Sin dudas es un Lugar Común hacerla cargo de nuestros lamentos y fracasos. Ante esto, en mi cruzada por desmitificar lo que se da por obvio, le dedico este espacio para su reivindicación.
La rutina es como el alumno aplicado: hace las cosas bien y lo que corresponde, pero todos lo tildan de aburrido y de mediocre; eso sí, ante los momentos de prueba todos corren tras él. La rutina es como la virginidad: todos la tildan de aburrida, de ir en contra del hombre mismo, pero en el fondo genera respeto y todos nacemos con ella.
El primer elemento a valorar es su naturaleza. Es natural que el hombre organice su vida siguiendo una serie de actividades más o menos parecidas. Desde esta perspectiva nadie puede considerar a la rutina como algo malo. El problema reside entonces no en la rutina en sí, sino en lo que llenamos nuestra rutina. La rutina puede estar sucedida de actividades interesantes, divertidas y hasta atragantes. En ese caso la rutina se transforma en algo fascinante.
Cuántas veces escuchamos la frase “a mi lo que me mata es la rutina” ¡Qué injusticia! Lo único que falta es que a la pobre rutina se le cargue el mote de asesina ¿Qué culpa tiene la rutina si usted carga su vida de actividades pedorras que no lo ayudan a desplegar su potencialidad? La rutina no debe matar nuestros sueños, nuestros anhelos, nuestras búsquedas de felicidad. La rutina, por el contrario, debe ser el espacio a través del cual todo eso puede desarrollarse.
Suele identificarse a la rutina como el rincón de los mediocres. Aquellos que no tienen nada qué hacer o nada qué esperar y entonces duermen en la rutina. Por ejemplo, llenan su vida de activismos intrascendentes que nada tienen que ver con ellos mismos, pero permiten completar las horas del día haciendo algo. Al terminar el día se sienten exhaustos y reconocen que “este ritmo de vida me está matando”. En el fondo no se dan cuenta que lo que les mata es el estar haciendo nada, enfrentando a su propia vida.
Por último también es común escuchar que las cosas que valen se hacen fuera de la rutina. Dice el abuelo: “yo llevo a mis nietos a la plaza, para romper con la rutina”. Dice el joven: “en estas vacaciones me voy a la mierda así salgo de esta rutina que me está asfixiando y me hace vivir acelerado”. Al escuchar esas cosas uno se lamenta de que no puedan integrar dentro de su rutina esas cosas valiosas. La consecuencia inmediata es que al final de las 24 horas del día solamente vivamos con ganas una o dos; o peor aún que de los siete días de la semana sólo tengan valor los sábados y los domingos.
En tiempos donde no terminamos de entender qué es la libertad y que no entendemos que no hay nada más esclavizante que la libertad. En tiempos donde predomina una odofobia, con un rechazo del orden por el orden mismo. En tiempos donde se valora lo líquido como oposición a lo sólido, firme y permanente. En tiempos donde tenemos un mundo de sensaciones. En tiempos donde tenemos todo esto suena lógico que la rutina genere tanto rechazo.
¡Qué lástima que no valoremos a la pobre rutina! Es la rutina el espacio para encontrar un sentido a la vida que responda a la propia vocación. Es la rutina el espacio para encontrarnos con el humano y ver ahí a nuestro hermano. Es la rutina el espacio para construir nuestra Patria y ser patriotas. En definitiva es la rutina el espacio propicio para desplegar nuestras potencialidades y ser felices. Es en la rutina donde Dios golpea nuestra puerta y llama.
Es la rutina, es la vida… ¿la vamos a desaprovechar?
Comentarios