La segunda vez que fui al Campo de Concentración de Dachau ya no cargaba con el peso de la primera vez . Aun así la experiencia no fue menos movilizante. Fui con la expectativa de tener un cara a cara con Dios porque sentía que había mucho que hablar. Lo logré. Además, en esta visita se despertó algo más bien humanitario. Sentí compasión por la humanidad: por su pasado, por su presente, pero especialmente por su futuro. Este pensamiento me acompañó mucho mientras veía un joven matrimonio europeo que se paseaba por el campo de concentración empujando un cochecito con presumiblemente su hijo. Pensaba en esa creatura que estaba ahí seguramente desconociendo el horror por el que su carro andaba. Automáticamente pensé en mis sobrinos. No se si Dios elabora un ranking como los que yo suelo hacer con todo y para todo; pero si lo hiciera estoy seguro que mis sobrinos son los mejores del mundo. De todos ellos en particular en el rubro femenino la número uno es Candelaria, o Cande como
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.