El amor como concepto tan vastamente usado expresa en verdad una diversidad de realidades que incluso poco tienen que ver entre sí. De ahí que, por ejemplo, los griegos distinguen dos tipos de amor: eros y ágape (no me pidan que profundice). O también en la lengua hebrea, tal como lo registra la Biblia a través de fragmentos de los evangelios y sobre todo en el Antiguo Testamento, es posible distinguir más de cinco matices. De la misma manera quisiera yo hoy profundizar en un amor distinto que no es solamente una experiencia de haber sido amado de una manera distinta, sino que a esta altura me parece que se trata de un amor categorialmente distinto. Se trata, pues, del amor paraguayo. No me da el cuero para alcanzar una definición, pero haré el esfuerzo aunque sea por aproximación. Una aproximación fenomenológica diría haciéndome el letrado. La primera vez que experimenté esta realidad distinta fue al inicio del noviciado cuando desconocidos me trataban como si me conocieran de
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.