La apertura del Año de la Misericordia a la que el Papa nos invita este 8 de diciembre viene dando vueltas en mí algunas vueltas en mi cabeza y en mi corazón (que como explicaba hace un rato, al final son lo mismo ). Me genera sensaciones esquizofrénicas. Por un lado me entusiasma enormemente, me da la impresión de que puede abrir una nueva etapa para toda la Iglesia en sus acciones y en sus autocomprensiones. Si el llamado y la Bula fueron revolucionarias y despertaron harta sorpresa, ¡cuánto más puede ser un año vivido desde ahí! Al mismo tiempo, me da un buen susto que terminemos por licuar esta potente propuesta. En concreto quiero compartir cinco amenazas que veo que nos pueden atacar, empezando por mí. Y con esto también pedir ayuda para que todos como Iglesia que es pueblo y peregrina juntos, podamos sacar provecho de esta invitación de Dios. 1. Una misericordia que se hace lugar común. Ustedes ya saben mi recurrente preocupación en este sentido. Algo se vuelve lugar
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.