En la jerga evangélica “la hora”
hace referencia a un momento de consumación, de plenitud, de cumplimiento de lo
prometido o esperado. Naturalmente está referido a la hora de Jesús. Por eso lo
escuchamos excusarse en algunas situaciones diciendo que “todavía no ha llegado mi hora”. Por el contrario, en la medida en
que nos acercamos al Misterio Pascual, se vuelve más explícita la referencia a
la hora, su hora. Ser cristiano es
seguir a Jesús y seguir a Jesús no como quien simplemente sigue una persona,
una buena idea o una bandera. Seguir a Jesús es ir transformándose cada vez más
en Él. Es un camino de conversión y de semejanza que yo creo que terminará en
el cielo cuando seremos uno en Él. Esa es nuestra hora ¿Me estoy volviendo cada
vez más escatológico? Serán las circunstancias, tal vez.
El sábado pasado, a través de su
ordenación sacerdotal, llegó la hora de Pancho. No se murió, pero sí hay en él
una unión aun más íntima con Jesús. Tan así es que sus manos ahora también son
manos que consagran, sus palabras son ahora también palabras que bendicen y lo
que antes era pan y vino, por sus signos y palabras se transforman en cuerpo y
sangre de Cristo. Él mismo se constituye como un sacramento: signo visible de
la amistad de Dios con la humanidad. Espero no poner en duda el progreso -paro
reflexivo permanente mediante- de mis estudios teológicos, pero donde vi todo
esto con más claridad fue en el entorno, en lo que el Pancho sacerdote generó en torno suyo. Se me vienen algunas
imágenes. Muchísima gente de fiesta con una alegría en una sensación de
desborde. El retorno de ellos y también un poco mi retorno. Personas, historias
y vínculos, mezclados en y por Pancho como una gran familia. Enfermos sanados.
Peregrinaciones en avión, en colectivo y autos particulares de la vuelta, del
interior y hasta del extranjero. Santuario apretado de gente para recibir la
primera bendición. Asado infinito y rematado con colaciones para todos. Acción
de gracias consciente por lo que Dios va haciendo en nuestra vida.
Terminé el fin de semana con el
corazón desbordante de agradecimiento a Dios por cuanto Él hizo a través de
Pancho y también de gratitud a Pancho por prestarse a ser un instrumento de
Dios.
***
La hora es también una manera de
medir el tiempo: cada día son 24 horas cada una de ellas compuesta de sesenta
minutos y cada una de ellas compuesta de sesenta segundos. Hablar de una hora
es hacer como un recorte de ese continuo que es la vida. Es el hombre quien
necesita medir porque tal vez necesita medirse. Dios no mide porque no se mide
y porque no nos mide. Dios vive en un eterno presente. Por eso en Dios el más
acá y el más allá se unen tanto como como el ayer y el hoy. Dios vive en un
siempre que es eterno. Por eso la teología espontánea o inconsciente de la paranoia de ciertos ratones
es muy iluminadora: quisiera que esto
dure para siempre, es un pedido de lanzarse a Dios. Los momentos de Dios
tienen esta intensidad. Y no creo haber entrado en un éxtasis, pero juro que en
esos días de ordenación de Pancho el tiempo corrió de otra manera ¡y hasta una
prédica de primera misa se me pasó rápida! Los momentos de Dios son así
momentos de despliegue del ser, de pura plenitud, de pura gracia.
El recorte en la historia -y
también de su historia- que supone hablar de las horas de Pancho harán
referencia a cantidad de años, meses, días, horas y minutos dedicados a la
formación de su sacerdocio. Podrán dar cuenta de kilómetros recorridos en años,
de meses craneando proyectos pastorales siempre innovadores, de horas de conversaciones
y reuniones, de minutos de teología interesante. Sin embargo, el camino de
formación al sacerdocio de Pancho no entra en esa unidad de medida. De hecho,
la ordenación de Pancho es el fracaso de nuestra formación al sacerdocio medido
en tiempos. El éxito de la formación
de Pancho en su ordenación mostró el puro despliegue de su ser. Quien se ordenó no lo hace por haber llegado a
una meta, por haber acumulado millas ni temporadas en estación que bien se
podrían traducir en honores, títulos y diplomas. Quien se ordenó lo hace por la
admirable -y su admirable- capacidad de despliegue de su ser que tiene olor a
libertad; obviamente, seguramente gracias a esas horas de vuelo (que son
también horas de despegar, de superar turbulencias, de mantenerse arriba y
también de saber aterrizar).
Al final de todo su tiempo de
formación -que en parte también es mío- me inspira ver a Pancho pudiendo ser
más sí mismo; el mismo de siempre, más auténtico él.
***
Futbolísticamente -disculpen, no
lo puedo evitar- se habla de pedir la hora cuando queremos que termine el
partido para seguir jugando después. Como en aquél mítico play-off de la liga
que compartimos con Pancho representando al equipo de teología en la liga de la
universidad católica. Jugábamos con el representativo de Agronomía -el clásico Chacrita- y después de ir ganando dos a cero nos empataron a dos. El pecho se
nos heló y la amenaza de perder el partido se hacía cada vez más real. El
pedido de la hora no era para salir campeones, sino para avanzar a los penales
y aunque sea ser eliminados más dignamente. Llegó la hora, pasamos a los
penales y ganamos. Me acuerdo que yo pateé el primero y Pancho se había anotado
para el último, rezando de que no fuera suficiente. Mi remate y el de los otros
cuatro fue tan fuerte como su oración y ganamos el duelo sin necesidad de que
Pancho ejecutara el último remate. Cumplida esa hora, lo demás es historia
conocida. Avanzamos en las sucesivas fases con la confianza renovada y
alcanzamos el milagro de ser campeones con Teología.
Pedimos la hora. Es la hora
porque se terminó un partidazo con cierta urgencia y una cuota de ansiedad.
Significa el cierre de un partido, pero en realidad es más bien el inicio de
otro juego. Uno nuevo que empieza con la confianza renovada de los triunfos, de
las superaciones y de los esfuerzos que a esta hora adquieren todo su sentido.
Hay un estilo propio que se ha ido consolidando y desarrollando en cada fase.
Un modo del que seguramente seguirá alimentando y entusiasmando a muchos más.
La siempre esperada y picante crónica de aquel día describió: “estuvo casi siempre sobrepasado, pero compensa con su entrega constante” y lo calificó con un 6,5. En la vida como en la
cancha nos seguiremos encontrando y jugando en el mismo equipo.
Y como jugamos
en el mismo equipo, es inevitable pensar que llega la hora para muchos más. Ha llegado la hora de Pancho.
Cuando me transformo más y más
en la alegría del Padre,
en hijo predilecto suyo,
habitante de su tierra asoleada;
cuando uno tras otro, voy superando mis límites
y nuevas fuerzas me impulsan a la acción,
entonces mi alianza suscita todas mis fuerzas
diciéndome:
¡Ha llegado la hora de tu amor! (HP 595)
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