Por estos meses la crisis de parte de la Iglesia chilena puso en el ojo de la tormenta al ya difunto padre Renato Poblete al ser acusado de abusos de distinta índole. Su fama, hasta que esto saliera a la luz, era la propia de un santo por una supuesta vida ejemplar dedicada a los más pobres como sucesor del Padre San Alberto Hurtado. Lugares públicos llevan su nombre. Tras las denuncias -mediáticas y eclesiales- a muchos se les cayó el mundo y dejó abierta la sensación de que en este pasillo del mundo no hay nadie que pueda salvarse. Un poco en broma, un poco en serio, algunos se repiten “sólo falta que caiga el Padre Hurtado” ¡Dios no lo permita! La caída de Poblete, como también la de Karadima en década pasada o la de Maciel en otras latitudes, fue de gran impacto por el lugar en que cada uno había sido puesto (o que ellos se pusieron): líderes carismáticos, referentes absolutos, modelos inalcanzables de generaciones. Era el lugar de la santidad. Hechos aberrantes disimulados
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.