El Evangelio que escuchamos recién (Mt. 5,13-16) nos estuvo acompañando en estos días de misión. En él encontramos motivación, mensaje y fuerza para nuestra misión. En distintos momentos de la espiritualidad hemos reflexionado con gran profundidad el sentido de ser sal y luz. Nos descubrimos sal y luz; nos descubrimos y nos valoramos con capacidad de dar sabor e iluminar la vida. Tanto es así que podría parecer un abuso escoger este Evangelio para esta celebración final de la misión ¡Ya basta! A pesar de esa sensación lo tomé especialmente porque quisiera detenerme y compartir algo que me viene dando vueltas en estos días. La misión no quiere ser solamente un ejercicio de autocomplacencia. La misión no quiere ser solamente una oportunidad en donde nos descubrimos valiosos. La misión no es solamente una terapia para nuestro casi siempre alicaído autoestima. Además de todo eso, Jesús nos señala una dirección concreta: ser sal y luz del mundo. Detrás de estas sabias palabras hay un me
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.