Los reencuentros escolares siempre son peligrosos para mí; o - como mínimo- amenazantes. Más aun cuando el reencuentro se da después de veinte años que incluyeron la mudanza circunstancial al país vecino del mate y dulce de leche. Claramente desde que llegué anoche a la cita de celebración por los veinte años de graduados de mi generación del colegio inglés supe que podría ser objeto de crítica o burla como siempre lo había sido en aquellos años. Los psicólogos hoy hablarían de bullyng; para mí sólo había sido un aprendizaje para las complejidades de la vida. Realmente haber superado los doce años en el colegio inglés sin haber jugado al rugby por preferir las matemáticas y el fútbol, fue la mejor preparación para hacer mis estudios universitarios y de posgrado en Argentina y –especialmente- con argentinos. En honor a la verdad, igual debo decir que los argentinos no son tan malos; es más: ahora puedo creerles que son los mejores del mundo. Ironías aparte, hubo algo de anoche qu
Un lugar nada común en el mundo con pensamientos propios lejos de modelos, modos de acción, universales y rutinas impuestas. Un lugar en el mundo de libertad y expresión. Un lugar en el mundo para la originalidad. Sin pretensiones de ser el mundo, tan solo un lugar para estar.