Ir al contenido principal

Celebremos el Sacerdocio


En el Jueves Santo recordamos la institución del sacerdocio. Pienso que es una buena ocasión para celebrar este inmenso regalo que Jesús dejó al permitirnos participar de su sacerdocio.

¿Celebrar el sacerdocio? Vivo el llamado vocacional no como una invitación que te caga la vida (perdonen la poesía), sino como un regalazo inmenso. Yo se que esto no siempre resulta del todo comprensible en nuestros días para una gran mayoría que nos rodean. Tengo presente aquel que celebraba que su hermano finalmente se hubiera casado porque tenía "cagazo" de que se hiciera sacerdote. O aquel otro, que decía que si él llegaba a tener un hijo cura, se mataba. Más a diario me resulta simpático darme cuenta la cara de lástima que varones y sobre todo mujeres, ponen al reconocerme con la cruz que me identifica como seminarista. No me siento un mártir. No me siento un loco. No me siento un imbécil. Me siento un privilegiado. Es el privilegio del llamado sin más argumentos que el de "porque quiere". A cada rato confirmo que Dios no miró méritos ni talentos para hacer su llamado; y también me pregunto qué fue lo que miró. Todo esto me remite a la Última Cena y a esa donación total de amor.

Celebrar el sacerdocio es también celebrar a personas: a sacerdotes. Sería como raro celebrar instituciones. Y más que personas en general, pienso que el Jueves Santo es una oportunidad para celebrarlos con nombre y apellido ¿Por qué tanto? Porque a mi Andrés me mostró a un Dios personal. Porque a mi Rafa me mostró un Dios que me desafía y compromete con todos. Porque a mi Pablo me mostró un Dios que despierta nueva vida. Porque Facu a mi me muestra un Dios que alegra el corazón, que entusiasma y simplifica. Porque a mi Bernardo me mostró un Dios que sana y libera porque es misericordioso. Porque por el libro que estoy leyendo en este momento, los curas villeros me muestran que nada es imposible trabajando con Dios. Pienso que probablemente sin los sacerdotes dificilmente hubiera conocido a Dios.

Ser puente y pastor. Ser fuente de unidad y camino de encuentro con Cristo. Ser testigo. Ser profeta apasionado de la Buena Noticia. No es poca cosa la misión del sacerdocio. Y tal vez por eso es tan compleja, es tan desafiante y a veces cuesta tanto. En lo personal yo no se qué pasará conmigo, pero la experiencia del ser llamado y confirmado en el camino no deja de impresionarme y de seguir abriéndome a que Dios siga marcando el camino.

Del sacerdocio hay una sola cosa que me preocupa y confieso que a veces hasta demora mi sueño: ¿podré mostrar algo de Dios? ¿Podré dar testimonio de su misericordia, de la alegría que me envuelve el alma aunque es muy distinta al resto? ¿Podré seguir entusiasmando y entusiasmándome con mi Dios? De verdad me es una responsabilidad enorme. Y además pienso que si no se consigue esto no tiene sentido. Al final el sacerdocio no tiene tanto un valor en sí mismo sino en lo que pueda dar: mostrar algo de Dios. Eso sí: en el camino voy siendo inmensamente feliz.

Por eso vuelvo al principio: hoy es un día para celebrar el sacerdocio. La mejor forma de hacerlo es rezar por ellos y también por todos nosotros los que estamos en camino. Esa es la mejor forma de celebrar el sacerdocio: que nadie se la crea, no hay otra.


Comentarios

Kelly ha dicho que…
Brillante!!!
El Círculo Vocacional de Paraguay rezamos por todos ustedes! Un abrazo a la distancia!

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios